21.7.06

El día después

Por suerte ya pasó el día del amigo, un verdadero invento argentino pero mal -muy mal: es ya otra categoría-, y casi todo el mundo volvió a mostrarse hostil y sincero como siempre. Fijensé en Medio Oriente si no, que sigue haciendo caso omiso de las ideas del Don Febraro. Estuvimos -raro en esta semana de enfermedades varias y suicidios obstaculizadores- toooooooooooodos los componentes del equipo y eso sirvió para varias cosas. A saber:
Elucidamos y explicamos claramente todo lo referente al conflicto en Medio Oriente -lo que no sabemos si es cierto, pero rima adecuadamente-. Y no vamos volver a hacerlo, tomá.
Nos asombramos hasta la eternidad con las propiedades y consecuencias de la piedra de Tutankamon, observando que, de acuerdo a lo que dicen sesudos expertos, falta poco para la explosión final (dos años, parece).


Tuvimos nuestro "momento cholulo especial", charlando con Esther Feldman, coordinadora autoral de El Tiempo No Para, novelón de canal 9 que suele llevarse la atención de gran parte de los integrantes de nuestro programa. Entre elogios desmedidos y succiones de calcetines varios nos pudimos enterar que: a) La relación homosexual que hay en la ficción, tuvo mayor desarrollo gracias a la respuesta del público. b) La telenovela tiene una audiencia cautiva entre la comunidad gay. c) Parece que la primera aparición del amigo muerto (Martín) lo mostró como alguien rubio y luego transmutó raramente en un morocho y enrulado Fabián Vena. d) Es probable que antes de que termine, algún protagonista muera.
Todas estas averiguaciones, en especial las dos primeras, dejaron pero que MUY preocupados a los conductores de Argentinos, pero mal.

Luego nos solazamos con las informaciones que las revistas semanales y las casi-modelos, casi-vedettes, casi-?, nos develan en los quioscos y nos transmite nuestro enviado Hernán Boticceli.
Y algunas cosas más que dejamos en la indeleble membrana timpánica de nuestros oyentes y que nos está prohibido repetir. ¡Escuchen el programa, qué tanto!

Por último, nuestro historiador de cabecera, Alejandro Horowicz, nos envió un texto para reflexionar y lo copiamos textualmente:
No hace tanto tiempo, las palabras judío y oprimido se cruzaban con alguna adecuación. Era la época en que Albert Memmi y su categoría de colonizado gozaban de inusitado prestigio, en que Jean Paul Sartre promovía el diálogo entre la izquierda árabe y la israelí, en que la paz en Medio Oriente se vinculaba al avance de las fuerzas progresistas y revolucionarias del mundo entero. Entonces, resultaba exigible que el nacionalismo palestino aceptara el derecho a la existencia del Estado de Israel, y que el sionismo admitiera que el Estado Palestino formaba parte de la agenda del realismo político. En contra de los cálculos de muchos, ambas cosas casi sucedieron: Yasser Arafat, en nombre del pueblo palestino, y Itzjak Rabin, como representante del gobierno israelí, iniciaron las tratativas que debían desembocar en la autonomía nacional palestina ( Estado Nacional Independiente) y en la normalización de las relaciones del Estado de Israel con todos sus vecinos árabes.
La paz parecía ganar cuerpo y espacio, la reacción de ambos campos retrocedía, al menos, en la legitimidad de la batalla discursiva. Pero Rabin fue asesinado por un complot teológico – fascista, primero, y los responsables del crimen ganaron las elecciones nacionales, después. A tal punto la sociedad israelí giró a derecha, que el agente que apretó el gatillo es una suerte de héroe popular que recibe en la cárcel cientos de cartas semanales de aliento y respaldo. La autonomía palestina no solo no avanzó hasta concretar un estado independiente, sino que tras la muerte de Arafat la política oficial del gobierno israelí propone explícitamente destruir el pueblo palestino con el simple argumento de combatir y vencer terroristas. Es una acusación tradicional: la hicieron los nazis contra la resistencia francesa, la repitió la culta Francia contra el pueblo argelino, insistió e insiste el gobierno norteamericano en Vietnam, Afganistán, Irán; la esgrimió en múltiples oportunidades el gobierno israelí en los territorios ilegalmente ocupados.
La masacre actual excede todo lo conocido. No son los datos con su abrumadora evidencia los que horripilan, sino la repetición en medio del silencio cómplice del mundo llamado civilizado. Es preciso detenerla para que judío y masacrador no se vuelven sinónimos. Para que el carrousel de la muerte no añada gratuita barbarie sobre inenarrable dolor.
Los abajo firmantes exigimos la inmediata detención de los asesinatos militares, la apertura de negociaciones bajo control internacional para asegurar hoy mas que nunca el legitimo derecho de ambos pueblos a vivir en paz bajo sus respectivos gobiernos democráticamente determinados.
Es preciso que las fuerzas democráticas, populares y progresistas del mundo entero hagan saber que más tarde o más temprano los crímenes contra la humanidad no quedarán impunes, que la victoria militar sobre el pueblo palestino tiene un nombre inequívoco: genocidio, y que las masacres solo abren el curso de nuevas masacres. La única garantía para la seguridad de todos es la paz, las demás no solo son ilusorias, sino que han mostrado a lo largo de mas de medio siglo su sanguinolenta estela.


Adhieren
León Rozitchner, filósofo, profesor universitario (UBA)
Elsa Drucaroff, Escritora y crítica literaria.
Alejandro Horowicz, ensayista, profesor universitario (UBA)